
Cambios en la vida
Hablemos de cambios hoy. Los valencianos decimos que vivimos en la “millor terreta del món“, en el “rovellet de l’ou“, o lo que es lo mismo, la “mejor tierra del mundo” y la “yema del huevo“. Con esas expresiones queremos dar a entender que es la excelencia de lo bueno, y no porque pensemos que nuestra tierra es muy bella, que también, sino por nuestra forma de vivir, de disfrutar de todo lo que tenemos y de hacer disfrutar a quienes se juntan con nosotros.
Los valencianos tenemos fama de “meninfot“, es decir, de no dar demasiada importancia a las cosas que no podemos controlar y no dejar de hacer aquello que nos produce regocijo.
Si el día es muy lluvioso, cosa rara, pensamos que es un día estupendo para tomar el típico bocadillo de la mañana, con sus cacahuetes sus aceitunas, junto con la cervecita o la copa de vino, mientras mantenemos una jocosa conversación con los amigos dentro de un bar. Que el día sale soleado como de costumbre, pues hacemos lo mismo pero en la terraza del bar, pero que nadie nos quite el jolgorio del bocata con los amigos, o compañeros de trabajo.
Fiesta, fiesta
Hablar de Valencia es hablar de fiesta, de jolgorio, de risas, de bailes al aire libre, de prácticas de deporte, de conciertos, de paseos por hermosos jardines, de excursiones a la montaña y a la playa, de trajes regionales, de tracas y fuegos artificiales, de manifestaciones, de comidas populares, de confeti y guirnaldas, de besos y abrazos, de himnos y bandas de música, de voces y cantos, de ríos y lagos, de cines, de centros comerciales, de centros de ocio, de procesiones, de hogueras, de huertas, de aromas, de hermosos amaneceres, y preciosos atardeceres, de románticas noches a la luna de valencia, de copas, de declaraciones de amor sobre las doradas arenas de sus playas.
Es que… Valencia es Valencia y… ¿quién da más?
El miedo nos reprime
Pero desde marzo nos confinaron y llegaron los cambios. Pronto supimos que a partir de aquel momento, temporalmente íbamos a perder privilegios, sufrimos el encierro como somos, alegres. Esperábamos la hora de aplaudir a quienes nos cuidaban, los niños pintaban sus arco iris que colgaban en los balcones, cada cual compartía sus buenos quehaceres por las redes, dedicaban canciones, nos enseñaban clases de gimnasia u otras disciplinas, nos mandábamos mensajes de amor, besos y abrazos virtuales. Las lágrimas y el dolor lo expresábamos en nuestra soledad del cuarto de baño o en la cama, para no entristecer a los demás. Todas esas muertes, todo ese horror, nos sobrepasaban.
De pronto, algunos títulos de canciones se convirtieron en estandartes, como ‘Resistiré’ del Dúo dinámico, o ‘¿Quién me ha robado el mes de abril?’ de Sabina.
Se precintaron los parques, las risas de los niños se apagaron, los ancianos se sentían solos y tenían miedo. Todo lo hermoso de hace apenas unos días parecía lejano, las gentes sentían incertidumbre ante los cambios, todos temían al ángel de la muerte. Ninguno tenía un manojo de hisopo con que pintar la puerta de su casa con la sangre del cordero (Éxodo 12: 22,23). Todo era desazón.
La desescalada

La desescalada se hizo poco a poco, paulatinamente. Las personas pudimos salir a la calle por fin cuantas horas nos permitían nuestras circunstancias, pero nuestra sonrisa estaba tapada. Los bancos de los paseos precintados, instintivamente nos separábamos un poco del transeúnte que se cruzaba con nosotros, los deseos de besar y abrazar los había devorado el miedo. Nuestros convecinos, nuestros propios familiares, nuestros amigos, de repente se han transformado en posibles mensajeros del ángel de la muerte. Todo es más siniestro que cuando estábamos confinados en casa, los amamos, pero no los queremos cerca.
Comenzaron a hacerse más pruebas, por lo que aparecieron nuevos informes de gente que daba positivo. Cada día aumentan las cifras, pero se omiten porcentajes. Rumores de inexactitudes, de errores cometidos, previsiones de recesiones y quiebras. Nos hablan de epidemia y las cifras oficiales demuestran lo contrario. Conspiraciones, mentiras, miedo, miedo, miedo.
¿Qué hacer y qué no hacer?
Lo primero que deberíamos hacer es no ver ni leer ninguna información relacionada con los medios de comunicación, pues su tendencia, como buenos profesionales que viven del medio, es darnos carnada para que consumamos de manera pasiva lo que ellos quieren que consumamos y mediante el miedo nos dominan.
Si quieres tener noticias de cómo va el tema, entra en las páginas oficiales y no te centres en cifras, sino en porcentajes.
Ejemplo de la información del miedo
En 2018, según algunos medios en España, murieron por violencia de género 47 mujeres. De estos lamentables y tristes hechos fuimos reiterativa y debidamente informados en noticieros matinales, vespertinos y nocturnos.
¿Alguien sabe si los agresores están recibiendo el debido tratamiento psicológico y educacional para que tales casos no sucedan de nuevo? ¿O qué ha pasado con ellos?
¿Alguien sabe dónde están los hijos de la víctima, en caso de que los tuviera, y si están recibiendo la debida atención psíquica, médica, emocional, educacional?
Lamentablemente, por las víctimas no se puede hacer nada, pero para que su muerte no sea en vano, tenemos que preocuparnos por los vivos. Reconocer qué errores hemos cometido, y encontrar soluciones para que todos podamos vivir en paz y armonía.
¿Qué hacer ante los cambios?
Lo primero, reconocer que desde el día que nacimos, cada día que pasa es un día más que nos acerca a la muerte y eso no es motivo para sentirnos tristes, al contrario, es motivo para ser responsables, y disfrutar y bendecir cada día de nuestra vida, a pesar de los cambios.
¿Y si fuera el último?
Yo no sé si hoy será el último día de mi vida, ¿qué hacer entonces? Pues hacer que cada latido de mi corazón tenga sentido, agradecer la casa en donde vivo, la familia que tengo, disfrutar de los amigos, decir lo que considere que he de decir para fortalecer a otros, hacerles ver lo importantes que son, fomentar la paz, abonar el amor, atender mis tareas grandes o pequeñas, saborear los alimentos, admirar los colores, las formas, acariciar texturas, dejar que los demás vivan sus vidas y disfruten mientras, al igual que yo, se acercan a la meta que todos nos dirigimos. Abrazarlo todo: nuestras virtudes y nuestros defectos. Cuidar este cuerpo nuestro que lleva tanto tiempo con nosotros y a través del cual nos han sucedido las cosas más maravillosas. Impedir que nos sometan, que nos encarcelen al miedo. Si tenemos que llorar, lloraremos, pero desde la libertad, desde el amor, con la fe y la esperanza de que nuevamente estamos de fiesta, tomamos el bocadillo con nuestros amigos, encendemos hogueras y los fuegos artificiales, danzaremos y cantaremos, como dicen los valencianos “Tots a una veu!” y los virus nos verán tan felices, que no nos molestarán, pues la felicidad hace nuestro sistema inmune fuerte.
CUÉNTAME
Me gustaría saber si los medios de comunicación que tú escuchas te empoderan o te deprimen. Si te adaptas bien a los cambios o te puede el miedo… ¿Te apetece contármelo en los comentarios o a través de mi email?
Gracias por tu atención.

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