Relatos,  Vivencias personales

El color de Dios

¿Alguna vez os habéis planteado, de que color es Dios?

Era pleno verano. Aquel hombre de 60 años había educado a tres hijos. Ahora que ya eran todos mayores y cada cual disfrutaba de su familia, parecía que todas aquellas preocupaciones, que todos aquellos temores que lo habían embargado durante tantos años, mientras los estaba criando, no tenían sentido.

Sus hijos eran gente de paz, laboriosos y entregados a las respectivas familias, que ellos mismos habían formado. Parecía que ya nunca más tendría que medir sus palabras, para que las enseñanzas, que siempre trataba de trasmitir a sus hijos, fuesen de la justa medida, de forma que sus jóvenes mentes las pudieran entender.

Jugar con los nietos

Ahora solo tenía que preocuparse de que la algarabía de los nietos, que correteaban por la finca, recogieran todo aquello que esparcían, que no se lastimaran al saltar de un árbol, o como era el caso aquella tarde, que aquel renacuajo de 5 años, ágil como una lagartija, no le marcara más goles, de los que él estaba dispuesto a admitir.

El crío reía a grandes carcajadas, que le minaban la fuerza cada vez que le marcaba un gol, mientra él dramatizaba, para darle gusto al nieto. Se llevaba las manos a la cabeza y después las levantaba al cielo, quejándose cómicamente de la habilidad del niño, corriendo detrás de él hasta alcanzarlo, haciéndole cosquillas en su barriguita, hasta que los dos caían en el pasto, sin poder contener las risas.

Responder a sus preguntas

Fue en un momento así, sin apenas haber dejado de reír, que el pequeño se arrodilló, al lado de su abuelo, que tendido todo lo largo que era, trataba de recobrar la respiración, desequilibrada por las risas, y le preguntó:

_ Abuelo, ¿de qué color es Dios?

Fue como un mazazo en la cabeza, estaban jugando a fútbol, ¿qué tenía eso que ver? Él nunca se había ocupado de esos temas, eso era cosa de la abuela, y tampoco. Esa pregunta ¿qué clase de pregunta era? ¿de qué color era Dios? Él nunca había pensado en algo así.

Se le había pasado la risa de repente, su mente buscaba algo coherente que decir, la primera reacción fue, ve y le preguntas a la abuela, pero ya sabía que cuando un niño te pregunta a ti, eres tú quien has de responder. Se incorporó, hasta arrodillarse él también, frente a su nieto, fueron segundos eternos, lo miró y las palabras brotaron de su boca, sin saber de dónde habían surgido:

Los segundos se le hicieron eternos

_ ¿Tú amas al abuelo? – Preguntó conociendo la respuesta de antemano, puesto que su nieto lo adoraba.

– Sí, te quiero mucho – contestó el pequeño.

_ ¿Y de qué color es el amor que me tienes?- La voz del abuelo sonó lejana profunda, penetró en el intelecto del niño, sus ojos se abrieron, como si contemplara una visión, todo su rostro se iluminó, con una sonrisa de sapiencia.

La abuela reclamó la atención de todos voceando.

_ ¡La merienda!

El pequeño de un salto se incorporó, le dijo a su abuelo con tono de triunfo, “¡Ya lo sé!” y corrió en busca de su merienda.

El abuelo se quedó allí, arrodillado, como en forma de oración, y comprendió que su nieto le había enseñado de qué color es Dios.


Este relato, como muchos de los que encontrarás aquí, son vivencias propias. Me agradará saber si te ha sido provechoso, si te ha gustado. Si tienes alguna experiencia que me quieras contar me la puedes hacer llegar al correo.

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