
Infeliz
¿Puede una persona ser infeliz toda su vida?
Un sobrino la llevaba a casa a las tres y media de la madrugada. Ya era suficiente a sus 83 años, una tenía que ser comedida. Cierto era que no todos los días se casa una nieta, y que ese era un evento que se tenía que celebrar, pero todo en su justa medida, no con esos excesos conque lo hacían su exesposo y su mujer, que no habían parado de brindar, bailar y hacer jarana como si tuvieran 20 años. Ese no era el comportamiento adecuado. Ella había levantado la copa de champán y se había mojado los labios, cuando el novio propuso el brindis. Incluso había bailado el vals nupcial con el hermano pequeño de su ex. Todo eso formaba parte de la celebración, pero más allá de eso era una frivolidad y a ciertas edades es bochornoso.
Ella expresaba esos pensamientos en voz alta, mientras su sobrino trataba de disculpar al mayor de sus tíos:
– Bueno ya sabes cómo es el tío, toda la vida ha sido así, alegre, bromista, vivaracho, siempre con la risa en la boca y dispuesto a beberse la vida, como se bebe una buena cerveza fría un día de pesado calor.
Se removió inquieta en el asiento, apretando sus finos labios, tal y como lo había descrito su sobrino, parecía que el carácter de su ex fuera una virtud en vez de un defecto.
Trataba de no pestañear, pues cada vez que cerraba los ojos aparecía ante ella la imagen de su ex en mitad de la pista, riendo, con la pajarita desatada y los dos primeros botones de la blanca camisa desabrochados. Y su esposa, diez años más joven que ella, luciendo un talle de jovencita de dieciocho y un modelito más infantil todavía, con una falda de vuelo por arriba de las rodillas, que cada vez que él le daba una vuelta al compás del baile dejaba al descubierto parte de sus aún moldeados muslos.
Pero no se trataba de que aún estuviera de buen ver, se trataba de que a ciertas edades algunas cosas no son apropiadas. Por mucho que su sobrino opinara que todas las edades son buenas para tener y trasmitir alegría, para disfrutar de la vida y para ser feliz.
Su sobrino aparcó en doble fila, solo sería un momento, mientras acompañaba a su tía hasta dentro de la casa. Subió con ella en el ascensor, esperó a que abriera la puerta, se despidió con un beso, mientras le preguntaba si deseaba algo antes de que se marchara.
– No, no te preocupes, ahora me prepararé yo una tisana, tú regresa con tu esposa.
El sobrino sabía que eso quería decir: “Si fueras realmente amable, te quedarías un rato conmigo puesto que ahora no me podré dormir“, pero no se dio por aludido y regresó a la fiesta con el resto de la familia. Oyó que la puerta de la tía se aseguraba con una multitud de cerrojos mientras entraba en el ascensor.
Ella se quedó detrás de la puerta, escuchando cómo se cerraba el ascensor, cómo bajaba y al detenerse, volvía a abrirse la puerta y cerrarse con un golpe que la quietud de la noche multiplicó. Ya había salido su sobrino, ya estaba nuevamente sola.
El piso no era grande, pero por las noches le parecía todo un mundo, donde no habitaba nadie, solo ella. Estaba sola, en aquella inmensidad de mundo sin nada que dar y sin nadie de quien recibir. El mundo era muy grande y ella estaba sola, sola, sola.

Se dejó caer en la cama boca arriba, imaginó a toda la gente de la fiesta bailando y riendo, nadie pensaría en ella. Dos grandes chorros de lágrimas y se escaparon de sus ojos y retazos de su vida pasaron por su mente. Se sabía infeliz.
Recordó la primera vez que tuvo relaciones con quien después sería su marido. Sus deseos, sus ansías incontrolables, el dolor, la sangre, y después él había terminado y ella se quedó allí temblando como la hoja de un jazmín en una tormenta de viento.
El día de su boda, su vestido de ensueño, su precioso peinado, sus primorosas joyas… Estaba realmente divina. Su piel fina y blanca, sus labios entonces jugosos, resaltados sutilmente por un labial rosa pálido y brillante, sus luminosos ojos azules, enmarcados con el rímel azul, y su pelo rubio, aquel día peinado en tirabuzones. Ninguna novia había lucido como ella. Pero oyó a alguien que le decía a su madre: “Estas guapísima, pareces tú la novia”.
El nacimiento de su primer hijo, cuando las visitas observaban lo hermoso que era, y felicitaban al padre por lo que el niño se le parecía.
Después de otros dos hijos, su divorcio. Era la primera vez que lo engañaba, él lo había hecho varias veces en esos años. Pero ahora ella amaba a otro hombre y él a ella. Eso pensaba hasta que ella se divorció, pero su amante no consintió en separarse de su esposa, porque tenían hijos. Por lo que pocos meses después se encontró sola con tres niños y pasando de la pensión de su ex a los niños.
Cierto que tuvo otras dos relaciones. Sin embargo, se basaron más en sus ansias de compañía, en sus deseos de ser abrazada y amada, que en nada que se acercara al cariño verdadero.
Después vinieron las bodas de sus hijos, donde recibió enhorabuenas, pero nadie le dijo que estaba más guapa que la novia. Y en poco tiempo los nietos, entonces sí, muchos comentaron que tenían los preciosos ojos azules de la abuela.
Pero junto con los nietos, había llegado el distanciamiento de los hijos. Ahora, ellos mismos tenían hijos a los que atender, y claro está, ella ya había criado a los suyos propios, por lo que no estaba ahora en condiciones de criar los de nadie. Que las mujeres no fueran a trabajar y que estuvieran en casa con los niños, como había hecho ella.
Sentía tristeza, soledad y rabia. Se sentía infeliz, como lo había hecho toda su vida. Se levantó, tomó una pastilla para dormir y mientras se ponía el camisón lloró de nuevo, pensando lo egoístas que eran todos.
Infeliz.
Gracias por tu atención
REFLEXIONEMOS JUNTOS: Y tú, ¿conoces a alguien infeliz? ¿Crees que la infelicidad, los celos y el egoísmo van de la mano? ¿Te suena de algo esta historia? ¿Te has sentido alguna vez así de infeliz?
Si te has visto reflejado/a en la historia de INFELIZ, puedes dejarlo en comentarios, me encantará recibirlos. También puedes hacerlo a través de mi email lolacampa001@gmail.com.

Abracadabra

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