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Relatos

Sebsil, el buen patriarca

Sebsil era un patriarca. Había heredado desde muy joven las hermosas y fértiles tierras de su padre, junto a cuantiosos pozos de refrescante y dulce agua con las que abrevaba sus cada vez más numerosos rebaños. Además Sebsil era un hombre bueno y con una inquebrantable fe en el Dios verdadero.

Sebsil, trabajó con esmero y amor la herencia de sus padres  y multiplicó por mucho la hacienda de su herencia, por lo cual tenía muchos asalariados a quienes trataba con respeto y amor, como si fueran hermanos o hijos propios.

Muchas tiendas alrededor de la tienda de Sebsil

Muchas familias vivían alrededor de su hacienda, atraídos por la paz y bonanza de esa tierra, y disfrutaban del pan y el vino de Sebsil. En las tardes noche cuando ya el trabajo se daba por terminado, no pocos se acercaban a la lumbre del hogar de Sebsil para disfrutar de la música de cítaras, flautas y panderos, regocijándose con bailes y danzas. O con los bellos cuentos que Sebsil les obsequiaba. Y de esta suerte de felicidad disfrutaron por muchos años.

La gran sequía

Y después de muchas décadas, cuando Sebsil había casado a sus buenos hijos y había entregado en matrimonio a sus bellas hijas, en el tiempo que Sebsil ya no era joven, ocurrió una gran sequía, que duró meses y meses, años y años.

De tal suerte las buenas tierras dejaron de producir, los pozos se secaron y no se podía abrevar a los ganados y apenas agua para para beber las familias tenían. Muchos de los asalariados de Sebsil abandonaron sus tiendas y se mudaron a otras tierras lejanas, donde sus familias pudieran comer, pero parecía que en ningún lugar del mundo había ya nubes preñadas de lluvia y un sol duro requemaba la tierra. Una temperatura tan calurosa nadie recordaba, la tierra se ajaba, los rebaños domésticos morían, pues no tenían agua para beber, ni pastos que comer, también los rebaños salvajes morían por el mismo motivo.

La humanidad entera sufría inanición, los cuerpos antaño hermosos apenas eran huesos recubiertos de piel, sin grasa ni músculo, al igual que los árboles que ya no daban ni fruto ni sombra.

La gran hambruna

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Ya nadie trabajaba, cada cual quedaba al refugio de su tienda, tendidos es sus esteras esperaban la muerte. Solamente Sebsil y sus hijos cavaban las tierras, pues decía Sebsil: “¿Acaso no contaron mis antepasados que cíclicamente acontecen estos trastornos a la tierra?, y ¿no tendrá que estar mi tierra removida y esponjosa para que cuando quieran llegar nuevamente las lluvias las invitemos a que se queden y entrando en sus entrañas la preñe de nuevo con tiernos brotes de pasto?”.

Y así día tras día, Sebsil y sus hijos cavaban las tierras y ahondaban más sus pozos, para que las aguas encontraran más fácilmente el camino de regreso.

Pero también a ellos les faltaba ya la fuerza y solamente su voluntad les hacía salir día tras día para seguir sus tareas en desesperada espera por las lluvias, y fervientes ruegos al Dios verdadero.

No permitas que mis ojos la vean morir

Un día, uno de los antiguos asalariados de Sebsil, llegó a la casa de este y postrándose a sus pies, le dijo:

– Oh, buen amo, bien sabes que cuando esta sequía comenzó, me retiré de tu rostro, para no ser un tropiezo para ti, a fin de que no tuvieras que compartir tu pan conmigo, pero la tierra está toda yerma y no conseguí pan para mis hijos. Mira mi esposa, muere de hambre y sus pechos están vacíos y no alimentan a la criatura que sostiene sin fuerza en sus brazos. Por eso me postro ante ti para que la favorezcas y me des algo que comer que la mantenga con vida. – Y echándose a llorar profusamente suplicó: -No permitas que mis ojos la vean morir.

La compasión del Patriarca

Sebsil, compadecido, lo tomó por los hombros y abrazándolo le dijo, “Oh hermano mío, que pudiera yo evitar la muerte de tu buena esposa, pero ya ves que al igual que yo todos mis hijos e hijas somos solo huesos, cubiertos por débil piel. Hasta los animales salvajes han desaparecido y aunque tengo muchas flechas nada pude cazar. Aún así, cuanto tengo compartiré contigo, ve con una de mis hijas al granero y coge la mitad de lo que allí encontréis“.

Solo un puñado de grano

Una de las hijas acompaño al hombre hasta el granero, aquel grandioso edificio antaño lleno de diversidad de granos,  de cueros con buena cerveza, del reconfortante fruto de la vid, las pasas y los higos secos, las tinajas de olivas. Ahora se presentaba a sus ojos todo vacío. La joven se acercó a un estante de donde tomó un pequeño tazón, lo destapó y vertió sobre un paño la mitad del grano que contenía, apenas era un puñado, ató el paño y le dijo:

– Esto es todo lo que tenemos, lo hemos guardado para esparcirlo sobre el suelo cuando lleguen las nubes, te damos la mitad. Si tu mujer está tan débil no podrá comerlo sin cocer, así que mastícalo tú en tu boca y después haz que lo trague. Haz lo mismo con el niño, máscalo haciendo con tu saliva una especie de leche y haz que lo trague. Ve con Dios y que Él se apiade de vosotros.

El hombre se fue de allí, alimentó a su familia con el poco grano y después fue a todos los que habían vivido cerca de Sebsil, diciéndoles:

– Nuestro buen amo, también está a punto de morir junto con toda su casa, pero aun así, cada día ablandan la tierra y cavan en los pozos, para que esté todo preparado para cuando las nubes vuelvan. Y nosotros, si tenemos que morir, ¿no deberíamos hacerlo junto al hombre que tanto bienestar nos compartió? ¿Y no deberíamos, junto con él y sus hijos, preparar las tierras y los pozos que tan dulce agua nos ofrecieran? Volvámonos todos, y si hemos de morir que no sea tumbados sobre una estera, lejos de donde hemos sido tan felices. Si nos ha de sorprender la muerte, que sea preparando la buena tierra que nos ha proporcionado tan buen pan. Que sea con los oídos deleitados por la música de nuestro buen amo.

Vuelta junto al buen amo Sebsil y vuelta de la lluvia

Unos días después, al salir Sebsil como cada mañana para ir a trabajar, encontró de nuevo muchas tiendas plantadas en su hacienda y a sus vecinos preparados para ayudar. Al finalizar el día, sin comer ni beber todos, se reunieron en la casa de Sebsil. Mientras él comenzó a tocar la cítara, alguien lo acompañó con la flauta y otro con el pandero, y sus rostros se llenaron de sonrisas. Aunque sus estómagos seguían vacíos y sus gargantas estaban arrasadas por la sed, todos con fuerza renovadas comenzaron a elevar cánticos al cielo y acompañaron los compases de la música con sus palmas.

De pronto… un rayo iluminó la tienda y un gran trueno la hizo retemblar. Salieron todos a fuera y al tiempo una suave lluvia, que pronto se convirtió en torrencial, los bañó. Levantaban las cabezas al cielo mientras abrían la boca, para deleitarse con aquel elixir dador de vida.

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La más joven de las hijas de Sebsil derramó las semillas sobre el suelo, poco después los pozos contenían agua. Y cuentan las crónicas que apenas un año después, el verde cubría nuevamente las praderas, adornadas con azafranes, lirios, amapolas, y gran variedad de flores. Las higueras estaban cubiertas de hojas y frutos, al igual que los granados los manzanos, y todos los árboles que antaño parecieran muertos, lucían de nuevo dando buenos frutos. Y, hasta el día de hoy, dicen que los lugareños no dejan de dar las gracias cada vez que toman un fruto de un árbol, cada vez que siegan el trigo, o recolectan los puerros, los rábanos y hasta la más pequeña de las hierbas agradecen. Además, cada noche cantan al son de los instrumentos fabricados también con las cosas recolectadas.

Y fueron felices, porque las gracias por todo daban.

GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

Agradezcamos nosotros también, toda la abundancia que se nos provee, hasta la más pequeñas de las hierbas de condimento. Y cada día al terminar nuestras tareas, disfrutemos del regocijo de nuestros hijos y vecinos, compartiendo con todos lo poco o lo mucho que tengamos. Porque la abundancia y la felicidad no la encontraremos con lo que guardemos para que otros no lo disfruten, sino de lo que compartamos para el beneficio de otros con canción y regocijo.

Muchas gracias por tu atención.

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2 Comentarios

  • Jecsamor

    Querida Lola,

    que historia más bella, y tan importante para mí haberla leído el día de hoy.

    Soy de Venezuela, y pase la norte angustiada porque mi hermano menor con sus tres pequeños hijos, junto con mi padre y madre van a regresar de Colombia, y yo decía: van a regresar a Venezuela, donde todo esta tan dificil, mis padres son apenas pensionados, y ese sueldo no alcanza ni para un kilo de queso… llore, llore y llore…
    Gracias a Dios en oracion, logre calmarme y dormir.

    Le pido a Dios que te siga bendiciendo, que tus relatos, historias y vivencias nos sigan animando, orientando y educando.

    Un fuerte abrazo.
    La paz, sabiduria y bendicion de Dios te acompanen siempre.

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