
Validar los valores
Los seres humanos creamos a nuestro alrededor una red intrínseca de valores que en la mayoría de los casos nos abocan al sufrimiento. La educación que recibimos de niños, que nos obligaba a un determinado comportamiento, según el criterio de la época, las creencias religiosas, que te condenan si según su criterio yerras la conducta, las doctrinas políticas, que te hacen observar al otro como un rival, etc. etc. Cosas todas estas que te hacen vivir como un actor de teatro, que tiene que representar una función en cada momento de su vida.
Toda esta red de pensamientos limitantes, valores aprendidos y de miedo a equivocarnos, nos produce sufrimiento.
Desaprender o validad lo aprendido
Vista esta pequeña explicación será fácil de entender que si somos capaces de controlar nuestros pensamientos, seremos capaces de mitigar en un alto porcentaje cualquier clase de sufrimiento.
Pero… ¿Cómo se controlan los pensamientos?
Lo primero que tenemos que entender es nosotros no producimos los pensamientos de manera consciente, sino que estos nos suceden, lo mismo que nosotros no hacemos la digestión de manera consciente, la digestión es algo que nos sucede, cada vez que comemos, querámoslo o no.
Materia prima
Pero del mismo modo que, para que se produzca la digestión, hemos tenido que comer antes, los pensamientos los produce todo aquello que con antelación hemos aprendido y que mayormente se encuentra en nuestro subconsciente.
Como ya hemos dicho, todas aquellas enseñanzas que recibimos de infantes, en todas las categorías, social, política, religiosa, etc, conformará gran parte de nuestro subconsciente, y de ahí surgirá nuestro comportamiento y nuestros valores. Es decir, si por ejemplo hemos sido educados en una sociedad machista, consideraremos normal que el varón tenga autoridad sobre las féminas, y que es normal que tenga para con ellas un comportamiento diferente, que puede abarcar desde el menosprecio y el abuso hasta ciertas cortesías que rayan lo ridículo, y que nunca ejercerían con seres a los que considerara sus iguales. (Abro este paréntesis para aclarar que hombres y mujeres somos diferentes física y emocionalmente. Estoy hablando de educaciones y creencias.)
Desaprender
Visto lo anterior, una de las cosas más importantes que tenemos que hacer es desaprender. Y dicho sea de paso, es la cosa más difícil a la que nos enfrentamos. Pues todo, todo, todo lo que nos sucede en la vida, lo pasamos por el tamiz de nuestra educación, nuestra religión, nuestros ideales políticos, nuestros valores…
Si la educación que has recibido, te ha desvalorizado a ti o a otros, por sexo, raza, lugar de procedencia, religión… Tienes que desaprender.
Si tu religión te lleva a juzgar o condenar a ti mismo o a otros tienes que desaprender. (Juan 8: 7)
Si tus ideales políticos te llevan a querer el éxito de tu partido por encima del bienestar y la justicia para todos, tienes que desaprender. (Eclesiastés 8: 9).
HAMBRE DE APRENDER

La vieja anciana estaba sentada enfrente del fuego, en el que mantenía una gran olla con las alubias, que sería la comida de la familia aquel día, mientras sus manos tejían una toquilla. Entró en la sala la más pequeña de sus nietas, la madre de tres de sus bisnietos.
Tomó un taburete y se sentó al lado de la anciana, durante un tiempo guardó silencio y por fin dijo:
– Abuela, ¿piensas que soy una mujer torpe? La vieja sin mirarla respondió:
– Eres una mujer que trenza su pelo, confecciona la ropa de los suyos, recolecta su trigo, y cuece su pan. Eres una mujer sabia.
– No, abuela, no es eso. Mis padres me enseñaron muchas cosas, que como tú bien dices me son de provecho. Pero otras cosas que aprendí en la escuela y en la iglesia y que yo pensé que eran justas, ahora no lo son, y mis hijos me acusan de ser intolerante e injusta.
– ¿Y tú, que piensas?
– Algunas cosas de lo que ellos saben, me parecen razonables, pero… ¡son tan diferentes de lo que yo sé, que me cuestan de aceptar! Desearía saber la verdad. Tengo hambre de saber.
– Yo también siento hambre. Dijo la vieja. – ¿Quieres acercarme ese cuenco de arroz sobrado de ayer? La joven le acercó el cuenco al que se refería la abuela, lleno de arroz blanco apelmazado y se lo tendió, mientras con un gesto de desagrado le preguntó:
– ¿Esto vas a comer? No tiene muy buen aspecto, y lo que estás cociendo en la olla huele muy bien.
– Tienes razón, lléname el plato de lo que hay en la olla.
– Pero abuela este plato ya está lleno, no cabe nada más.
– Cierto, vacíalo para que coman las gallinas, después lávalo y llénamelo de lo que cuece en la olla.
La joven obedeció, un poco triste, porque ante su problema, la abuela solo pensara en comer. La vieja tomó de las hermosas manos de su nieta el humeante cuenco y levantando los ojos hacia su rostro le dijo:
– Si tienes hambre de saber, vacía el cuenco de tu mente y tu corazón, lávalos bien, y sírvete generosas raciones de la comida de hoy. Solo ten cuenta que hoy, al igual que hacíamos ayer, no todo lo que sirven como comida es verdadero alimento.
La era de la comunicación
Nunca como ahora ha sido tan fácil conocer otros credos, otras formas de vida, otras culturas. Pensar que nuestra nación es la mejor, nuestra manera de pensar la más sabia, nuestro comportamiento el único correcto, es estancarnos. Al igual que el cuenco de arroz sobrado, nos apelmazaremos y con el tiempo formaremos moho.
En el antiguo Israel, si en una casa aparecía moho, se le aplicaban sanaciones, pero si después de todo, el moho aparecía de nuevo, era una casa impura y se tenía que destruir. Lo puedes ver el capítulo 14 de Levítico en especial los versículos del 43-45.
De la misma forma, sería conveniente que cada cual, validara sus creencias y valores, a la luz de los nuevos conocimientos, en todo aspecto de su vida, para comprobar que no tiene moho. Pero… recuerda: No todo lo que sirven como comida es verdadero alimento.
Desde tu punto de vista, ¿crees que es posible desaprender para volver a llenarnos de nuevos valores y aprendizajes? Cuéntamelo en los comentarios o en el correo electrónico lolacampa001@gmail.com .
Gracias por tu atención.

Lecciones

Gratitud, energía poderosa
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